sábado, 26 de diciembre de 2009

Avatar - ¿Pocahontas?

Hace unos días fuimos con mi mujer a ver Avatar.
Conste que ella estaba más entusiasmada que yo con el programa. Yo simplemente me dejé llevar. Después de todo, nunca me mataron ese tipo de películas. Lo confieso: la ciencia ficción no es lo mío en términos cinematográficos.
Pero debo aceptar que la película me sorprendió gratamente. La capacidad de crear un mundo totalmente paralelo al nuestro tan lleno de luz, es sorprendente. Disfruté muchísimo con esa "cosmovisión" de un mundo paralelo. Mis felicitaciones para el director, y para todo el equipo que trabajó por más de diez años para dar a luz semejante proyecto.
Pero me parece que estuvieron trabajando tantos años, para lograr la forma, porque el fondo, me hizo acordar demasiado a la historia de Pocahontas. ¿Alguien se acuerda? John Smith va en plan de ganador a conquistar el nuevo mundo, y oh sorpresa, se encuentra con Pocahontas que además de enamorarlo le muestra la conexión que hay entre los seres humanos y la naturaleza, en un orden perfecto (en un ciclo sin fin, diría El Rey León). Ahí el joven conquistador-conquistado tiene una suerte de epifanía y descubre que su manera de ver el mundo estaba equivocada y en fin, todo lo demás lo dejamos ahí para quienes no hayan visto la película. Cuando vean avatar, acuerdensé de que Jake Sully es John Smith... Notable! Despúes de todo es un tema en el cine, la del tipo que se va de viaje y se descubre a si mismo, o descubre la verdad en su camino. Algo así como una road movie.
Igual, qué pena que ni Pocahontas, ni Avatar, ni el calentamiento global, ni nada, nos haga tomar conciencia de verdad de lo que estamos haciendo con nuestra vida...

martes, 15 de diciembre de 2009

El Arte /de/vs/&/ Macanudo 7 ¿Cómo se convive con la fama?


Esto pasó el viernes pasado. El 11. No tiene ninguna pretensión de ser una crítica literaria, ni mucho menos -y desde luego-, una crónica gráfica!
Estoy en Buenos Aires, y por una de esas alineaciones cósmicas (como se dice por ahí), coincidió mi viaje con la presentación de "Macanudo 7" de Liniers y "El Arte" del catalán Juanjo Sáez. Ambos libros editados por la editorial Común, emprendimiento osado y a riesgo familiar del propio Ricardo Siri Liniers.
Así que partí con dos de mis hijos a disfrutar de esa maravillosa "coincidencia". El pobre Liniers hacía las veces de presentador de Juanjo, que claro, no es para nada conocido en el medio local (ni en los lados tampoco!)
De hecho la mayoría de los presentes íbamos más que nada a reencontrarnos con Macanudo y Liners; esa era la expectativa principal. No así la del presentador de Editorial Común, que se complicaba entero para poder generar una cierta equidad en la atención del público y en sus preguntas, que además estuvieron -estuvimos- bastante tímidos. Así transcurrieron los 3/4 de hora de esta presentación, y al final nos avalanzamos hacia una fila que desproporcionadamente pedía la rúbrica ilustrada de Liniers, y en una considerable menor medida la de Juanjo, que al rato estaba paseándose por ahí, como esperando que todo terminara pronto.
Tengo que decir, que inicalmente compré el libro porque me dio apuro. (También me dio apuro comprarlo porque estaba más caro que Macanudo). Pero ojo, lo vale!!! Creo que todos los que sentimos un mínimo de atracción por ese fenómeno tan esencial e inherente al ser humano como el Arte, en alguna medida deberíamos leerlo. No porque sea un tratado del arte, sino porque inevitablemente nos identificamos con su manera de mirar el arte, de disfrutarlo, de sorprenderse, de intentar explicarlo a alguien tan complejo y tan exigente como una madre... Recomendable.

Pero lo que principalmente motivó este posteo, fue Liniers. Liniers y su Macanudo. Ya el séptimo. No porque sea mejor o peor que los demás. Como él dijo, "Y... es un nuevo Macanudo". Me pareció interesante el fenómeno. Siempre me imaginé que la gente que dibuja comics, tiras, historietas, teveos, etc., era gente de pocas palabras. Tengo la misma opinión de los artistas. Siento que expresan su manera de mirar el mundo en su trabajo, y si fueran mejor hablando que dibujando o contando historias ilustradas, se dedicarían a dar discursos.

Ricardo, me voy a permitir llamarlo por su nombre, me mostró esa clase de persona que está muy consciente de ser un fenómeno. Una consciencia que es esencial para ese tipo de situaciones. Se nota que Liniers ya tiene 7 Macanudos en el cuerpo. Y otros tantos recitales con Kevin. Se nota porque se sienta frente a un micrófono, y no es el artista monosilábico críptico. Se sienta y habla con aplomo. Con cancha. Pero a la vez, busca seguir siendo el Liniers de siempre. No quiere ser más que lo que es. Mira de repente porque su papá está entre el público. Y su papá lo mira orgulloso, como si su hijo estuviera ganando el primer premio en la feria de ciencias del colegio. Eso lo hace humano, cercano, real.

Hace un tiempo, Juanes llegó a Chile para participar del Festival de Viña del Mar y cuando salía del Aeropuerto, iba con su guitarra colgando del hombro. Pensé para mis adentros que era una pavada. Que a esa altura de su carrera eso de llevar la guitarra colgando como un hippie por la playa era una pose, porque seguro tenía 20 asistentes que le llevarían las cosas. El viernes Ricardo Siri Liniers llegó al Ateneo de Florida, con su morral colgando, barbudo, medio despeinado igual que siempre. Y a él le creí. De alguna forma me acordé de Juanes y me hizo revisar esa opinión o ese prejuicio que tuve en su momento  y me dije: ¿por qué no? Después de todo, cuando la vida empieza a parecerse a un torbellino de cosas que nos pasan, no está tan mal querer seguir siendo el de siempre. Al contrario! Cuántos artistas, actores, políticos, rockeros, futbolistas, publicistas, abogados, contadores, amas de casa, deberíamos mirar en qué momento dejamos de ser nosotros... Gracias Liniers, por recordarme las cosas que te pasan si estás vivo!

lunes, 7 de diciembre de 2009

como en los juegos electrónicos.

A veces me pasa
que cuando creía que había avanzado tanto,
que había evolucionado,
que había superado los escollos,
que ya solamente quedaba pasar
por la puerta de salida de una etapa,
como en los jueguitos electrónicos;
un tropiezo.
Y es volver a empezar.
Otra vez.
De cero.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Miguel!



Miguel... no sé por qué me puse a pensar en él, dice Andrés Calamaro. Y yo escuché justo hace unos días esa canción que tanto me gusta, seleccionada por mi amigo el Puli y su dolor por el abuelo que se  va. Fue escuchar esa canción y la melancolía se me vino encima. Los recuerdos de una epoca tan maravillosa como la del colegio, el Piriápolis, el coro, el fulbito, los amigos a muerte y jugar a lo prohibido y no te vayas a caer o que no te atrapen.
Jugábamos a ser grandes con un cigarrillo en la mano y cara de circunstancia a la salida del colegio, pero no sé por qué creo que siempre contenidos, o al menos con esa sensación de que nada era tan peligroso que pudiera hacernos mal. Hasta que sí. Hasta que sí nos hacía mal. Y varios hoy ya no están. Y nos fueron mostrando que no todo era tan inofensivo. Que la velocidad y las drogas y el sexo y el vino y el vértigo y todo eso que parecía tan divertido, sí te podía matar. Y de verdad. Y al final todo lo que significaba el Rock & Roll de verdad, es decir no el MTV, totalmente brandeado y editado para todo público, sino el de la subterránea realidad, sin anestesia, sí te podía llevar a ese lugar que parecía inexistente.
Y así pasé por tantos recuerdos, como suelo hacer cuando una canción ejerce el efecto máquina del tiempo. Pero esta vez, me acordé de los que se fueron. Los que ya no están. Los que marcaron un mojón en nuestras vidas para avisarnos que en esa curva, era mejor bajar un cambio, y algunas veces seguir la huella. Después de todo, podés desviarte un poco, pero sabés que cuando vas por un camino de montaña, al borde de la curva, es muy posible que haya un precipicio.
Para todos los que ya no están, ¡Gracias!

martes, 24 de noviembre de 2009

La ciudad en dos ruedas.


Hoy me acordé de un pequeño accidente del que fui testigo la semana pasada.
Ella venía pedaleando bastante rápido, por una ciclovía. La señora que iba a cruzar la calle no la vio, y se paró ahí, justo encima de la línea blanca que muestra que la vereda se transforma en ciclovía. Se dieron un buen golpe. Se levantaron mirándose las caras con esa bronca momentánea que generan esas situaciones tan poco esperadas y deseadas. No se vieron, no hay mucho más que agregar.
Pero yo me quedé pensando en las bicis. Me encantan, tengo que decirlo. Recorrer la ciudad en bicicleta, cualquiera sea la ciudad, es recorrerla distinto. Da para más aliento que a pata, da para más disfrute que en auto o mucho peor, en un city tour. Hay algo en la bicicleta como medio que inmediatamente se me antoja romántico, atemporal, holístico. Un medio de locomoción cuyo motor es el corazón... cuánto sentimiento!
Antes de irme a vivir en la montaña, me iba a trabajar en bici. Invierno o verano. No adhiero a esa falsa pulcritud que piensa en un poco de sudor como si fuera la peor de las condenas.
Cuando me subía a la bici, probablemente era una de las personas más felices de la ciudad. Era una sensación de disfrute inmediato, para llegar despejado a la oficina en la mañana, o para volver relajado a casa por las tardes, dejando en cada esquina algún pendiente o contratiempo.
Eso sí. Me reconozco bastante imprudente. Debe ser por eso que las circunstancias de mi vida me llevaron a dejar este medio. Dudo de la completud de mi humanidad si hubiera seguido con ese hábito. Es que es una tentación pasar finito, acelerar para ganarle a una luz amarilla, o esquivar peatones móviles como si fueran obstáculos de una pista. Claro, nunca tuve que lamentar ningún accidente, por eso evoco aquella época como una un tanto torpe y nada más.
Hoy, los ciclistas salieron a la calle. Y están furiosos. De a poco están tomando y exigiendo ese espacio que nunca tuvieron. Con banderines, con balizas, con cascos y cornetas. Los ciclistas se empoderaron y pedalean hacia el reconocimiento y la valoración de esas entidades. Es más, yo diría que ya llegaron. Sus argumentos son innegables. No contaminan, ocupan menos espacio que un automóvil, y encima, es un beneficio genial para quienes la practican, en esta eterna búsqueda del ejercicio perfecto.
 En otras palabras, se han ganado el derecho de exigir su espacio. Simplemente me pregunto si en esa exigencia de espacio, no hay riesgos, como los de imponer. Después de todo, las libertades que reclaman las minorías, una vez que logran su espacio, muchas veces terminan siendo una suerte de totalitarismo. Terminan siendo una imposición. Y ese también es un atentado contra la libertad. En otras palabras, si quiero que me den el derecho de andar en bicicleta, y que hagan espacios para mi, tengo que entender que hay gente que también tiene el derecho de no andar en  bicicleta. Y de caminar, y cruzar una ciclovía, por ejemplo. Parte de lograr libertades también es asumir responsabilidades, no?
Digo, así algo tan lindo como andar en bici, sigue siendo eso, andar en bici, y no un estandarte o un panfleto...

jueves, 19 de noviembre de 2009

Hombre araña suburbano.

La foto no es mía, pero la encontré navegando por ahí, buscándola en realidad, porque representa lo que ayer tuve oportunidad de disfrutar, esperando en un semáforo.

Eran las 8, cuando todos salen del trabajo, y hay un mar de gente en todos lados. En un cruce, sentadito en una de esas barandas, estaba el hombre araña. No llevaba la capucha, así que se veía su identidad secreta. Identidad arrabalera seguramente. Esas señales no confunden.

Estaba de espaldas a mí, de hecho no le importaba en absoluto nada más, que la señorita promotora de un desodorante, que también estaba en el cruce, oronda y feliz. Despúes de todo, no es usual que un superhéroe la corteje. Me dio pena no tener una máquina de fotos conmigo. Mi amigo Aldo, sostiene que es mejor así. Que hay cosas tan maravillosas a simple vista, que cuando las inmortalizamos en pixeles o en un negativo, nunca son capaces de transmitir la picardía, o el olor a sopaipillas de un atardecer en La Florida, junto con las bocinas, el Transantiago, o tantas otras cosas que enmarcaban ese amor furtivo entre un paladín de la justicia y la bella heroína que combate la transpiración.

lunes, 16 de noviembre de 2009

qué pasa con tu lengua?

Yo no sé si serán los años, que tampoco son tantos, pero como que desde hace un tiempo, se me ha dado por indagar cómo hablamos, es decir, qué palabras usamos, qué palabras o frases no usamos, cuáles se van quedando totalmente obsoletas, ya sea porque la tecnología que mencionan deja de estar vigente, como "Long Play" o porque la costumbre ya no es tal: "arrastrar el ala", "una estrella rutilante", "descoser el mocasín", etc.

En general, no soy un acérrimo defensor de la tradición lingüística. Si fuera así, debería estar hablando como el acta del a independencia, y entre 1816 y hoy, cambiaron muuuuchas cosas. Pero sí debo reconocer que hay cosas que me generaran una cierta urticaria, como por ejemplo, cuando comienzan a generalizarse ciertas economías en algunas formas de hablar, y que van robotizando la expresión, como si fuera una especie de código fuente obligatorio.

Por ejemplo: Cuando algún periodista, generalmente notero, transmite en directo algún acontecimiento y para enlazar la comunicación con "Estudios Centrales" dice: "Mencionarrrr que el accidente se produjo... bla bla bla".

Yo me pregunto: ¿por qué parte diciendo "mencionar"? ¿no podría decir, por ejemplo: "Es importante mencionar, o quiero mencionar"?

O cuando estás en un grupo de gente, de amigos, o de esas dinámicas de la oficina, cuando te toca finalmente hacer una conclusión, que algún chupamedias dice cuando le toca el turno: "Agradecer nada más a los organizadores, por el esfuerzo y pim pam pum". ¿Qué es eso de "Agradecer"? ¿Quiero Agradecer? ¿Me siento obligado a agradecer? ¿Necesito agradecer? ¿Odio agradecer? ¿No tengo la menor intención de agradecer?

Si la idea es economizar, digamos, tal vez lo mejor sería decir: "Gracias a todos", ¿No?

¿Me acompañás en esta gesta para que cuando hablemos, sobre todo desde nosotros, lo hagamos de verdad desde nosotros y no desde una fórmula vacía sin ningún tipo de sentido ni relevancia?

Gracias!!!

jueves, 12 de noviembre de 2009

un botón de muestra


Hace un tiempo, alguien mandó esta foto, registro de un lugar maravilloso, en alguna calle de algún pueblito de Italia.
Miraba embelesado la vidriera, cuando de repente me llamó la atención el botón rojo, con el ícono del discapacitado. Todavía me pregunto qué significará, en medio de esa pared que debe tener más de un siglo, ese botón rojo. ¿Alguien sabe por ventura qué hace ahí?

martes, 10 de noviembre de 2009

Concebir

Hoy podría haber sido un martes más. Uno de los tantos martes que con los últimos meses del año te aceleran el ritmo de las horas. Esos llenos de reuniones, de proyectos con alarmas que te suenan, y con la vertiginosa sensación de estar siempre llegando tarde a todos lados, y nunca estar realmente en ninguno, con todo el sentido del verbo estar.

Hoy podría haber sido un día más, pero para qué abundar en los detalles de lo cotidiano, de los pequeños eventos llenos de logros anónimos; esos que van formando día a día una vida. Para qué detallarlos, si en momentos como hoy, toda la rutina se detiene. Todo el mundo da una vuelta completa en tu cabeza, y tu corazón late acelerado con un millón de imágenes que pasan y te van contando una vida completa en stop-motion. Todos los problemas se diluyen en el momento en que tu realidad de hoy, es menos real que lo que te pasa por adentro.

Y todas las posibilidades y todos los sueños y todos los proyectos, y todas las mejores intenciones de hacer las cosas diferentes esta vez, y todo el vértigo de la vida y la vida al fin, se atraviesan y te confrontan, en un millón de caminos y encrucijadas, donde la única opción, es ser feliz. Y a cada segundo, volver a sentir esta inmensa plenitud con la que me desperté esta mañana, cuando mi mujer me susurró "vas a ser papá de nuevo".

jueves, 5 de noviembre de 2009

A propósito de las estaciones.

Sé que no voy a decir nada nuevo, cuando pienso en los ciclos de la vida. No sé si con la misma regularidad que sucede con las estaciones, pero a lo largo de nuestras vidas inevitablemente vamos pasando por esos mismos procesos. De hecho, las circunstancias de nuestras vidas, tienen primaveras, veranos, otoños e inviernos.
Las relaciones, los proyectos, las sociedades, incluso las civilizaciones, han atravesado indefectiblemente por esos ciclos.
Pero lo que no entiendo, es por qué nos resistimos. Qué es lo que hace que intentemos detener el inexorable avance de un ciclo inevitable. Por qué, tantas veces nos aferramos a unas pocas hojas secas, y no somos capaces de dejarlas caer para que pueda fluir definitivamente el invierno, como si no supiéramos que es así.
La mayoría de los casos, lo hacemos de forma inconciente. Creemos que es una premisa detener una rueda. Mantenerla fija. Tal vez sea esa la razón por la cual luego de ese esfuerzo inútil, el ciclo recupere en poco tiempo, todo el espacio detenido. ¿Se gestarán así las revoluciones?
No era mi intención acercarme a esas reflexiones; simplemente me detuve a mirar un árbol que en mitad del invierno, y ya con los brotes de la primavera, aún sostenía rebelde unas pocas hojas que quedaron como un recuerdo del verano, ignorante de que el otoño había partido. Resistiéndose. Hojas marchitas ya. Recuerdos arrugados de lo que ya se fue. Inevitablemente pensé en mis hojas. En mis brotes. Y no supe responder.
Hay una vieja Oración, un antiguo proverbio árabe, que pide al Señor fuerza para cambiar lo que se puede cambiar, paciencia para aceptar lo que no se puede cambiar, y sabiduría para entender la diferencia. ¿Estará ahí la clave?

lunes, 26 de octubre de 2009

skater


Me encantó esta ¿escultura? andando en skate. Me sorprendió hace un par de semanas, cuando por fin pude visitar el Malva, en Buenos Aires.

Me hizo pensar en una suerte de monstruito adolescente... y que quede claro que eso es lo que quiero decir, y no un adolescente monstruoso.

¿Cuál es tu dragón?

Hace algunos días rodaba por las calles en mi Vespita, feliz de la vida con esa sensación de libertad que te da el viento en la cara y esas otras cosas que se deben experimentar cuando te subís a una moto. Soy un aprendiz en este ámbito, pero lo poco que he disfrutado me hizo preguntar cómo pude pasar tantos años sin subirme a una .

Y así venía cuando en un momento dado, el teórico silencio del atardecer y la luz maravillosa de ese sol que se va yendo, se esfumaron cuando apareció delante mío un rugiente mastodonte que escupía humo negro, ignorante total de mi humanidad. Era uno de esos monstruos anchos, que ocupan gran parte de la calle y que hay que se valiente para pasar en movimiento. No me podía escuchar, porque el ruido que hacía era ensordecedor. Iba rápido y furioso. Era un dragón. De la línea D. Pero era un dragón.

Fue verlo y sentirme igual que en las cavernas, saliendo a matar un mamut. O San Jorge, en ese reino lejano. O tantos otros personajes de la historia universal, que no son ni más ni menos que una representación de nosotros. Y fue fulminante la imagen. Ese era mi dragón del momento. Porque todos los días nos enfrentamos a un dragón. Más grande o con más púas. Unos con muchas cabezas, otros casi inofensivos. Pero todos los días hay un dragón al que nos enfrentamos.

A veces lo matamos. Otras, nos come. Otras lo dejamos ahí. Y es peor, porque al otro día pueden ser dos los dragones a enfrentar. Por eso es mejor siempre matar al dragón de cada día.

¿Cuál es tu dragón hoy?

domingo, 18 de octubre de 2009

Acerca de mi nacionalidad.

Había pensado sentarme a mirar cómo se calmaban las ondas en el agua, después de mi impulsiva intervención de la semana pasada en el mundo de la comunicación viral, las cartas abiertas y las inesperadísimas repercusiones.

Pensé que había dicho todo lo que tenía que decir. Al menos a la persona que motivó mi carta. Pero leo los cientos de comentarios de tanta gente que apoyó desde su lugar esta iniciativa, y me encuentro en el medio con otro argentino que es, precisamente, lo que cuestionaba en la figura del Señor Maradona. La de ese argentino que desafortunadamente, es tan ruidoso, tan poco mesurado, tan poco conciente de sus propios límites, que como el elefante en el bazar, atropella todo a su paso, y empaña la opinión que en el resto de los países se tiene de los argentinos.
Me refiero a usted, Ricardo, de quien no conozco el apellido. Lamentablemente para usted, y para todas sus hipótesis conspirativas, sí soy argentino. Probablemtente leyó en mi perfil que vivo en Chile, y con esa información asumió, sin más datos, que soy chileno.

Pero no señor. Soy argentino. Formo parte de una Argentina que probablemente usted desconozca. Una Argentina que no esta gritando maleducadamente, de forma despectiva a la gente que tiene a su lado para poder resolver mis conflictos de inferioridad no resueltos.

Quisiera ahorrarle unos minutos de su tiempo, anticipándome a responderle el cuestionamiento de qué derecho tengo a hablar de Argentina si vivo en Chile, o probablemente qué hago por mi país, cierto? Y quiero contarle, que lo que hago con mi país, es precisamente esto. Defenderlo. Trabajar todos los días en lo mío buscando la excelencia, para que la imagen de mi país, de la gente de mi país, no sea la de un desaforado incontinente que tiene que insultar a los demás para defender su posición. Y creamé que hay mucha gente, mucha más gente de la que usted sueña, que hace lo mismo en Argentina, en Chile, en cualquier lugar del mundo.

Ricardo, si de verdad cree que debe defender a Argentina, hágalo con altura, como lo hicieron nuestros abuelos, nuestros padres. Como lo hace tanta gente todos los días. Hágalo trabajando. Hágalo siendo mejor, superándose a si mismo. No hace falta hacer un piquete. No hace falta patotear, ni denigrar, ni insultar, ni presionar legislando, ni construir su verdad destruyendo la del otro. Eso es lo que nos ha llevado a ser lo somos hoy como país. ¿Todavía no se da cuenta?

Mire hacia los lados, porque hace tiempo que "Argentina, el mejor país del mundo", se quedó dormida mirándose el ombligo, y nos están sacando mucha ventaja esos que usted mira en menos. Y no porque sean mejores, sino porque se dejaron de estar llorando y se pararon y se pusieron a trabajar. Algo que en su país, es decir en mí país, muchos todavía no entienden.

Ricardo, lo invito a pensar cada día, qué puede hacer usted por dejar bien parada a Argentina. Eso es lo que estamos haciendo estos otros argentinos, estos tantos millones de argentinos que para usted no existen, pero que siguen sosteniendo a nuestro país, a pesar de la gente que actúa como usted.

jueves, 15 de octubre de 2009

Carta abierta al Señor Maradona.

Señor Maradona:
Tengo una inevitable necesidad de manifestar cuánto dolor, cuánta pena, cuánta decepción me da haberlo visto celebrar de esa forma, la paupérrima clasificación de Argentina al Mundial de Fútbol de Sudáfrica.

Necesito decírselo Maradona, porque el día de ayer, algo se rompió dentro mío. O terminó de romperse.

Yo crecí viéndolo y admirándolo. Tenía 4 años en el mundial 78. Lo vi sufrir en el 82. Celebré como todo argentino en las calles, cuando su destreza única, talento regalado por Dios, condujo a nuestro país a obtener su segundo título. Y fue gracias a usted.

Sufrí con usted en Italia, con cada patada, con cada codazo, con cada foul, y en cada definición por penales. Lloré amargamente en Estados Unidos, ese 1994. Y así he seguido su trayectoria. No soy futbolista. No juego bien al fútbol ni en un picado de barrio. Pero sé admirar a un buen jugador. Y fundamentalmente, soy Argentino. Y me encanta ser Argentino. Amo a mi país. Y a mi gente.

Por eso me duele tanto verlo a usted celebrar una clasificación que todos sabemos, incluso usted que fue mediocre. Es más, deficiente. Pero no me duele eso. Me duele verlo a usted. Me duele ver a lo que ha llegado. Me duele verlo enajenado, desaforado y fuera de sí, insultando a quien se ponga por delante. Usted argumentará que es parte de su coherencia, que siempre fue igual. Pero a mi me duele. Me duele, porque esa incapacidad de mirar hacia adentro y ver si realmente hay algo que debe ser cambiado, es la misma incapacidad que tenemos como país, Maradona.

Usted, y me duele mucho decirlo, es Argentina. Es la personificación de la decadencia misma a la que hemos llegado. Ahogados en nuestra soberbia. Incapaces de darnos cuenta que tal vez estemos equivocados, y que un poco de humildad nos permita cambiar, y ocupar el lugar que sí merecemos, ese que sí somos capaces de alcanzar pero no con el resentimiento, sino con la gambeta, con destreza, con trabajo, con esfuerzo. Igual que usted cuando era un pibe.

Sabe qué Maradona? Yo no soy una dama, ni soy periodista. Ni soy de los que lo critican siempre. Pero sus insultos ayer, me insultaron a mí. A mis hijos. A mi dignidad. A mi argentinidad. Me dio una profunda vergüenza que mis hijos lo vieran de esa forma. Me imagino que si lo mira dos veces, también le dará vergüenza que sus hijas lo vean insultar así. ¿Es realmente la forma de dirigir el destino futbolístico de un país? ¿Se cree capacitado para eso?

Probablemente usted jamás leerá esta carta. Probablemente si la lea, me denostará. Probablemente alguien, como suele ocurrir en mi país, me patoteará. Pero me siento en la obligación de decir Basta. Usted necesita insultar, yo necesito decir esto. Hasta ayer, yo hablaba del Diego. Le hablaba a usted de VOS. Lo sentía mío. Como todos los argentinos. Pero ayer me di cuenta, como tantas veces me ha pasado con Argentina, que ya no es mío. Por eso lo trato de usted, porque usted no me pertenece más.

En tanto no sea capaz de asumir sus faltas, sus culpas, y la profunda herida que ha causado en mucha más gente de la que usted imagina (no sólo damas y periodistas), usted seguirá siendo usted. Es muy probable que no le importe. Que piense que esto se olvidará con un campeonato mundial, o con cualquier despilfarro pirotécnico que equivale a los espejitos de colores con los que hace más de 500 años nos vienen engañando todos los que pretenden dirigir una parte de este país. Pero no señor Maradona. Esta vez no. Le pido a Dios por usted. Para que pueda abrir los ojos. Pedir perdón, a veces nos hace más grandes que hacer un gol con la mano.

Ojalá que lo piense.

Gabriel Jefferies.
Argentino
DNI 24.234.398

martes, 6 de octubre de 2009

Maratón contra el tiempo.

La escena transcurre en un pueblo-ciudad del interior de Argentina. El país es un detalle, porque podría ser cualquiera de los países que han crecido al alero del campo. Y el pueblo, uno de esos pueblos con la plaza al centro, y la Municipalidad, y el Banco y la Iglesia. Con radio y todo.
Este fin de semana, están celebrado 120 gloriosos años. Y lo hacen con bombos y platillos. Y no sé realmente si será por seguir la tendencia running, pero en el marco de los festejos, tal vez el broche de oro de tan magno acontecimiento, se va a correr la maratón. Una carrera por las calles de la ciudad que completará unos cuatro kilómetros.

Todos van. Muchos a correr. Otros a ver. No falta casi nadie. Llegó incluso la radio, que entre pausa y pausa musical, transmite su propia publicidad: "Proparaaaaaa, Galuzzo Publicidad"

El intendente puso altoparlantes, donde suena al compás del 2x4 una voz tanguera que canta la marcha del deporte, esa que decía "En un marco de azul celestialllll, y al rayo triunfal va la juventuuuuud". Y cuando escucho esa canción, me vuelo mal a mi infancia y las Exhibiciones de Educación Física.

La largada es en la Municipalidad. Ese gran edificio blanco, que tiene un reloj cerca de la entrada, que se quedó parado a las 10.40 de algún día muy lejano. Y en ese momento, cuando veo esa hora, todo cobra sentido.

Hay lugares, hay pueblos, hay gentes que sin saberlo, decidieron correr contra el tiempo. Pero una maratón perpetua. Una que se gana perdiendo. No les puedo contar las ganas que me dieron de inscribirme.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Teleférico viaje en camarote

Cuando era pibe, es decir, cuando un fin de semana podía parecer un mes de vacaciones, y una semana de clases, un ciclo lectivo completo, me acuerdo que mi mamá me hizo una promesa. Ustedes saben, una promesa de una madre, es algo sagrado, por decir lo menos. No necesita bases ante notario, ni siquiera una cláusula firmada ni nada. Lo dijo la vieja. Y con eso era más que suficiente para poder reclamar o exigir o preguntar todas las veces que la imprudente impaciencia infantil considerara necesario hasta obtener un cumplimiento de aquel compromiso. La promesa en sí era muy simple: "Un día de estos, nos vamos a ir a Buenos Aires en camarote". Así solía decir mi madre. "Un día de estos" significaba un día cualquiera, la semana que viene o antes de que cumplas cuarenta. Pero era algo que se cumplía.
Así fue como me dediqué a crecer, terminar mi escuela primaria y otras tantas minucias, mientras se cumplía el plazo en el que finalmente podía irme a Buenos Aires en camarote.
Vale decir a aquellos jóvenes espíritus que se apresuran a inquietarse frente al significado de la palabra "camarote" que un viaje en camarote, era un viaje en tren, en unos vagones que tenían habitaciones con cama, donde se podía dormir, y entrar y salir como si fuera la habitación de un hotel, con el consiguiente correr por los pasillos, pasar al "Vagón comedor" y otra serie de comodidades propias de un pasado más cercano a los viajes en que el equipaje se trasladaba en baúles de madera que en valijas samsonite con cuatro ruedas. Comodidades tales como que el vagón comedor, incluía vajilla de cristal, cubiertos metálicos, servilletas de tela, asientos que se daban vuelta, baños con cortina de tela.... en fin. El summum de un viaje desde la cordillera hasta el atlántico... una noche o más (no recuerdo ya cuánto tiempo sería) de viaje inolvidable, para llegar a ¿Retiro? Un viaje que podría haber durado dos horas en avión, como de costumbre, pero sin el glamour del tren... no sé, hay algo del tren que siempre me había parecido, y me parece diferente. Por algo hay tantas películas que transcurren en un tren. Una suerte de road movie sobre rieles.
Pues bien, es previsible la ansiedad que tendría uno ante el advenimiento de una promesa de semejantes características. Pero las promesas de una madre son ciertas, se cumplen y son sagradas, aunque claro, no son inmunes a las políticas públicas, ni a la hiperfinflación...
Así fue como una mañana, el diario anunció con una noticia que decía "Gobierno decidió la venta de los ramales ferroviarios", lo que en lenguaje de un niño de 10 años, se leería como: Tu vieja no te cumple la promesa ni a cañones.
Pues bien. Nunca necesité terapia para recuperarme de esa decepción, pero es algo que recuerdo cada cierto tiempo. Sobre todo porque cuando emprendí esta etapa de la parternidad, me dije que jamás, pero jamás, haría una promesa que no fuera capaz de cumplir a mis hijos. Y me equivoqué. Hace siete días, prometí algo. Y hoy me entero que no lo podré cumplir.
Fue el domingo pasado. Después de los festejos dieciocheros. Un día de celebración urbana. "Vamos al teleférico", dijo mi hijo de seis años. Y qué mejor y tradicional festejo dieciochero que viajar en teleférico, le dije a mi familia. "Vamos!"
Pero algo no funcionaba en el camino. No veía los globitos flotantes moverse por el cielo. El día era glorioso, así que no había razón para no verlos. Un sol radiante inusitado para un 20 de septiembre en Santiago. Y cuando llegamos, un letrero gigantezco que decía "Cerrado por remodelación". Y con el cartel, las caras largas y las preguntas, y los por qués y lo que suele ocurrir cuando un niño no tendrá lo que estaba buscando. Y ahí mordí el anzuelo. Pisé el palito. Y le dije... no te preocupes, yo te prometo que apenas podamos vamos a venir de nuevo a pasear en teleférico.
Hoy, una semana después, me entero por unos amigos que chau, que el teleférico murió, que el cartel decía cerrado por remodelación, pero para siempre. Se fue el teleférico. Se acabó un ícono de esta ciudad. Y es una pena.
Será que la credibilidad de los padres, también es parte del patrimonio cultural?

miércoles, 23 de septiembre de 2009

1,2,3 Probando

Entonces hace varios días, meses y años que estoy dándole vueltas a la idea de finalmente plasmar en un lugar un poco más duradero, todas las zonceras que voy escribiendo en cuadernos, o servilletas, o boletos, o post its o -incluso, lo confieso- en billetes.

Y no es que todas esas cosas, ideas, miedos, conceptos, juicios, razonamientos, historias y reflexiones se merezcan durar eternamente, pero al menos las voy sistematizando para que el tiempo determine si es que vale la pena que sigan ahí, o incluso tal vez vos, que estás leyendo, te animes a juzgarlo.