martes, 24 de noviembre de 2009

La ciudad en dos ruedas.


Hoy me acordé de un pequeño accidente del que fui testigo la semana pasada.
Ella venía pedaleando bastante rápido, por una ciclovía. La señora que iba a cruzar la calle no la vio, y se paró ahí, justo encima de la línea blanca que muestra que la vereda se transforma en ciclovía. Se dieron un buen golpe. Se levantaron mirándose las caras con esa bronca momentánea que generan esas situaciones tan poco esperadas y deseadas. No se vieron, no hay mucho más que agregar.
Pero yo me quedé pensando en las bicis. Me encantan, tengo que decirlo. Recorrer la ciudad en bicicleta, cualquiera sea la ciudad, es recorrerla distinto. Da para más aliento que a pata, da para más disfrute que en auto o mucho peor, en un city tour. Hay algo en la bicicleta como medio que inmediatamente se me antoja romántico, atemporal, holístico. Un medio de locomoción cuyo motor es el corazón... cuánto sentimiento!
Antes de irme a vivir en la montaña, me iba a trabajar en bici. Invierno o verano. No adhiero a esa falsa pulcritud que piensa en un poco de sudor como si fuera la peor de las condenas.
Cuando me subía a la bici, probablemente era una de las personas más felices de la ciudad. Era una sensación de disfrute inmediato, para llegar despejado a la oficina en la mañana, o para volver relajado a casa por las tardes, dejando en cada esquina algún pendiente o contratiempo.
Eso sí. Me reconozco bastante imprudente. Debe ser por eso que las circunstancias de mi vida me llevaron a dejar este medio. Dudo de la completud de mi humanidad si hubiera seguido con ese hábito. Es que es una tentación pasar finito, acelerar para ganarle a una luz amarilla, o esquivar peatones móviles como si fueran obstáculos de una pista. Claro, nunca tuve que lamentar ningún accidente, por eso evoco aquella época como una un tanto torpe y nada más.
Hoy, los ciclistas salieron a la calle. Y están furiosos. De a poco están tomando y exigiendo ese espacio que nunca tuvieron. Con banderines, con balizas, con cascos y cornetas. Los ciclistas se empoderaron y pedalean hacia el reconocimiento y la valoración de esas entidades. Es más, yo diría que ya llegaron. Sus argumentos son innegables. No contaminan, ocupan menos espacio que un automóvil, y encima, es un beneficio genial para quienes la practican, en esta eterna búsqueda del ejercicio perfecto.
 En otras palabras, se han ganado el derecho de exigir su espacio. Simplemente me pregunto si en esa exigencia de espacio, no hay riesgos, como los de imponer. Después de todo, las libertades que reclaman las minorías, una vez que logran su espacio, muchas veces terminan siendo una suerte de totalitarismo. Terminan siendo una imposición. Y ese también es un atentado contra la libertad. En otras palabras, si quiero que me den el derecho de andar en bicicleta, y que hagan espacios para mi, tengo que entender que hay gente que también tiene el derecho de no andar en  bicicleta. Y de caminar, y cruzar una ciclovía, por ejemplo. Parte de lograr libertades también es asumir responsabilidades, no?
Digo, así algo tan lindo como andar en bici, sigue siendo eso, andar en bici, y no un estandarte o un panfleto...

jueves, 19 de noviembre de 2009

Hombre araña suburbano.

La foto no es mía, pero la encontré navegando por ahí, buscándola en realidad, porque representa lo que ayer tuve oportunidad de disfrutar, esperando en un semáforo.

Eran las 8, cuando todos salen del trabajo, y hay un mar de gente en todos lados. En un cruce, sentadito en una de esas barandas, estaba el hombre araña. No llevaba la capucha, así que se veía su identidad secreta. Identidad arrabalera seguramente. Esas señales no confunden.

Estaba de espaldas a mí, de hecho no le importaba en absoluto nada más, que la señorita promotora de un desodorante, que también estaba en el cruce, oronda y feliz. Despúes de todo, no es usual que un superhéroe la corteje. Me dio pena no tener una máquina de fotos conmigo. Mi amigo Aldo, sostiene que es mejor así. Que hay cosas tan maravillosas a simple vista, que cuando las inmortalizamos en pixeles o en un negativo, nunca son capaces de transmitir la picardía, o el olor a sopaipillas de un atardecer en La Florida, junto con las bocinas, el Transantiago, o tantas otras cosas que enmarcaban ese amor furtivo entre un paladín de la justicia y la bella heroína que combate la transpiración.

lunes, 16 de noviembre de 2009

qué pasa con tu lengua?

Yo no sé si serán los años, que tampoco son tantos, pero como que desde hace un tiempo, se me ha dado por indagar cómo hablamos, es decir, qué palabras usamos, qué palabras o frases no usamos, cuáles se van quedando totalmente obsoletas, ya sea porque la tecnología que mencionan deja de estar vigente, como "Long Play" o porque la costumbre ya no es tal: "arrastrar el ala", "una estrella rutilante", "descoser el mocasín", etc.

En general, no soy un acérrimo defensor de la tradición lingüística. Si fuera así, debería estar hablando como el acta del a independencia, y entre 1816 y hoy, cambiaron muuuuchas cosas. Pero sí debo reconocer que hay cosas que me generaran una cierta urticaria, como por ejemplo, cuando comienzan a generalizarse ciertas economías en algunas formas de hablar, y que van robotizando la expresión, como si fuera una especie de código fuente obligatorio.

Por ejemplo: Cuando algún periodista, generalmente notero, transmite en directo algún acontecimiento y para enlazar la comunicación con "Estudios Centrales" dice: "Mencionarrrr que el accidente se produjo... bla bla bla".

Yo me pregunto: ¿por qué parte diciendo "mencionar"? ¿no podría decir, por ejemplo: "Es importante mencionar, o quiero mencionar"?

O cuando estás en un grupo de gente, de amigos, o de esas dinámicas de la oficina, cuando te toca finalmente hacer una conclusión, que algún chupamedias dice cuando le toca el turno: "Agradecer nada más a los organizadores, por el esfuerzo y pim pam pum". ¿Qué es eso de "Agradecer"? ¿Quiero Agradecer? ¿Me siento obligado a agradecer? ¿Necesito agradecer? ¿Odio agradecer? ¿No tengo la menor intención de agradecer?

Si la idea es economizar, digamos, tal vez lo mejor sería decir: "Gracias a todos", ¿No?

¿Me acompañás en esta gesta para que cuando hablemos, sobre todo desde nosotros, lo hagamos de verdad desde nosotros y no desde una fórmula vacía sin ningún tipo de sentido ni relevancia?

Gracias!!!

jueves, 12 de noviembre de 2009

un botón de muestra


Hace un tiempo, alguien mandó esta foto, registro de un lugar maravilloso, en alguna calle de algún pueblito de Italia.
Miraba embelesado la vidriera, cuando de repente me llamó la atención el botón rojo, con el ícono del discapacitado. Todavía me pregunto qué significará, en medio de esa pared que debe tener más de un siglo, ese botón rojo. ¿Alguien sabe por ventura qué hace ahí?

martes, 10 de noviembre de 2009

Concebir

Hoy podría haber sido un martes más. Uno de los tantos martes que con los últimos meses del año te aceleran el ritmo de las horas. Esos llenos de reuniones, de proyectos con alarmas que te suenan, y con la vertiginosa sensación de estar siempre llegando tarde a todos lados, y nunca estar realmente en ninguno, con todo el sentido del verbo estar.

Hoy podría haber sido un día más, pero para qué abundar en los detalles de lo cotidiano, de los pequeños eventos llenos de logros anónimos; esos que van formando día a día una vida. Para qué detallarlos, si en momentos como hoy, toda la rutina se detiene. Todo el mundo da una vuelta completa en tu cabeza, y tu corazón late acelerado con un millón de imágenes que pasan y te van contando una vida completa en stop-motion. Todos los problemas se diluyen en el momento en que tu realidad de hoy, es menos real que lo que te pasa por adentro.

Y todas las posibilidades y todos los sueños y todos los proyectos, y todas las mejores intenciones de hacer las cosas diferentes esta vez, y todo el vértigo de la vida y la vida al fin, se atraviesan y te confrontan, en un millón de caminos y encrucijadas, donde la única opción, es ser feliz. Y a cada segundo, volver a sentir esta inmensa plenitud con la que me desperté esta mañana, cuando mi mujer me susurró "vas a ser papá de nuevo".

jueves, 5 de noviembre de 2009

A propósito de las estaciones.

Sé que no voy a decir nada nuevo, cuando pienso en los ciclos de la vida. No sé si con la misma regularidad que sucede con las estaciones, pero a lo largo de nuestras vidas inevitablemente vamos pasando por esos mismos procesos. De hecho, las circunstancias de nuestras vidas, tienen primaveras, veranos, otoños e inviernos.
Las relaciones, los proyectos, las sociedades, incluso las civilizaciones, han atravesado indefectiblemente por esos ciclos.
Pero lo que no entiendo, es por qué nos resistimos. Qué es lo que hace que intentemos detener el inexorable avance de un ciclo inevitable. Por qué, tantas veces nos aferramos a unas pocas hojas secas, y no somos capaces de dejarlas caer para que pueda fluir definitivamente el invierno, como si no supiéramos que es así.
La mayoría de los casos, lo hacemos de forma inconciente. Creemos que es una premisa detener una rueda. Mantenerla fija. Tal vez sea esa la razón por la cual luego de ese esfuerzo inútil, el ciclo recupere en poco tiempo, todo el espacio detenido. ¿Se gestarán así las revoluciones?
No era mi intención acercarme a esas reflexiones; simplemente me detuve a mirar un árbol que en mitad del invierno, y ya con los brotes de la primavera, aún sostenía rebelde unas pocas hojas que quedaron como un recuerdo del verano, ignorante de que el otoño había partido. Resistiéndose. Hojas marchitas ya. Recuerdos arrugados de lo que ya se fue. Inevitablemente pensé en mis hojas. En mis brotes. Y no supe responder.
Hay una vieja Oración, un antiguo proverbio árabe, que pide al Señor fuerza para cambiar lo que se puede cambiar, paciencia para aceptar lo que no se puede cambiar, y sabiduría para entender la diferencia. ¿Estará ahí la clave?