viernes, 26 de noviembre de 2010

1º de desviación

Pasa sin darte cuenta. Crees que es un pequeño desvío y que pronto estarás encaminado en la ruta original. Sin embargo ese pequeño grado de desviación, finalmente termina alejándote de forma total, y todavía no sé si definitiva, del camino inicial.
No termino de entender en qué momento pasa. No podría afirmar que es inevitable. Sólo sé que siempre que creo tener mis rutas y mis procesos medianamente encaminados, en un momento todo se trastoca nuevamente y no entiendo cómo llegué donde llegué.
Es cierto que el proceso me hace crecer. Simplemente me pregunto si esto será finalmente de lo que se trata vivir. Proponer caminos, para terminar en rutas insospechadas una y otra y otra vez.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Santiago en 100 palabras

Lo logró después de varios años. Había ahorrado peso a peso para cumplir ese sueño maravilloso que lo elevaría de peatón, a la envidiable categoría de automovilista.
La concesionaria estaba en Bilbao. Caminó ansioso desde la línea 4 del metro, hasta la iluminada vitrina que exhibía ilusiones último modelo en vistosos colores de movilidad social.
Hizo todo rápido, asegurándose que nadie le quitara ese anhelo azul eléctrico que arrancó a la primera, en un ronroneo vibrante.
Era feliz.
Salió al atardecer. Ocupó el último metro cuadrado disponible de pavimento santiaguino. Y su cero kilómetro quedó  varado, cero kilómetro para siempre.  

martes, 2 de noviembre de 2010

Todos amamos a las chinitas.

Esta mañana fui a cargar combustible a mi moto. Como pagué con tarjeta de crédito, el señor bombero, (brazo lleno de tatuajes, pelo medio largo, cara de metalero de fin de semana), me extendío esa botonera para poner claves, pin pass y esas cosas.

Sobre el teclado, oronda, caminaba una chinita (mariquita, vaquita de San Antonio). Y a pesar de que ya se me hacía tarde, me tomé el tiempo para  evitar molestarla, mientras oprimía las teclas respectivas, esperando que el bichito se corriera de las teclas que tenía que apretar.

Mi sorpresa mayor, fue cuando le devolví el teclado al bombero de ceño fruncido, porque se quedó mirando y me vio a mi como diciendo, esperemos que se corra de los botones. Como ello no ocurría, terminó soplando muy sutilmente, de forma delicada, diría yo, hasta que al final se fue volando muy tranquila hasta algún otro lugar. 

Me subí a la moto sonriendo, y pensando que si hubiera sido una hormiga, una mosca, una oruga, o una araña, el bombero y yo la hubiéramos pulverizado sin miramientos. En cambio a una chinita, era inimaginable hacerle nada.

¿A vos te pasa lo mismo? ¿Será que todos amamos las chinitas?