Ir al centro de Santiago es una experiencia notable. No importa cuántas veces vaya. Siempre me quedo con algo nuevo. Un edificio. Un olor. Un personaje.
Hoy fui caminando desde Avenida Italia. Parque Bustamante y las luces de la ciudad un día después de la lluvia torrencial. Cruzar y Lastarria con ese look parisino cortado de cerca por un cerro infinitamente verde, único, latinoamericano. Los estudiantes de turno y una pareja de uniformados que pololean. Siempre el contraste y el descubrimiento. Después Monjitas y la calle del museo. La ciudad cosmopolita. Los metales pesados, las tiendas de arte y los bares gay friendly. Las ondas, las zapatillas de colores y las bicicletas con marcos de carey en los anteojos con sombrero y jeans. Las hormonas en ebullición a través de los vidrios oscuros, a medida que los cafés van transformándose de a poco en un Kintaro o en un almacén. Y después es menos París pero igual Buenos Aires, pero siempre Santiago. Y sopaipillas. Y maní confitado. Y calles peatonales. Quioscos de revistas que sea caen con ediciones de hace siglos. Comida china. Cafés de vidrios oscuros. Siempre buscando señoritas. Payasos y malabaristas con una esfera de cristal. Un poco de vértigo vestido de ciudadano anónimo. Un poco de cuidar la billetera y el iPhone, que de ida es Gepe y queda perfecto cuando tapa el ruido de las micros y las secretarias, y de vuelta es Modest Mouse, y suena bien igual aunque es un poco de contraste. Plaza de armas, y pollo frito, bolsos de viaje en una tienda, ajedrez y predicador. Perro con un sweater que duerme en el semáforo. Escolares que silencian mi música con su alegría. Comida rápida comida rápida. Muy rápida antes de que sea la hora de volver a los ascensores con botones de bronce. Y otro botones en la puerta de ese club que no es café pero sí piernas. Y mira con cara de inocente invitándome a pasar. No alcanzo a mirar todo. Me quedo con un farol que alguna vez fue un lujo. Y con un ciruelo en flor que sobrevivió al vendaval de agosto. Santiago. El centro de Santiago. Tan mío también, después de tantos años.
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