Anoche llovió. El día está nublado, y claro, después de una lluvia, toda la ciudad luce con esa maravillosa alfombra amarilla y ocre, que son las hojas del otoño. Pocas escenas me gustan más de esta época del año. Los cachetes fríos, la casa calentita. Cuando venía para mi oficina, un barrendero estaba empecinado en dejar impecable el cuadradito de césped perfecto, a la entrada de una sala de ventas de departamentos piloto. Terminaba y ya caían una o dos hojas nuevamente y el volvía a quitarlas. Pelea perdida contra la naturaleza, que me recordó tantas otras que yo batallo día a día... inútilmente, tratando de meter mi impronta de manera forzada y artificiosa en lugar de permitir que la naturaleza de la vida haga lo suyo, como debe ser.
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