El genial Alejandro Dolina, hablaba en las Crónicas del Angel Gris de Flores, de los Refutadores de Leyendas. Siempre me apasionó ese relato, porque me identificaba más con los Hombres Sensibles, que con aquellos aguafiestas de la ilusión, que todo lo llevan a un silogismo, o una fórmula de excel.
Lo traigo a colación, porque días atrás leí una nota en un suplemento de tendencias de un diario chileno, que explicaba por medio de una teoría sicológica "¿por qué los hombres lloran cuando ven toy story III?" Y Yo, que me jacto de ser uno de ellos que incluso hipó y sollozó en el momento de mayor clímax emocional de la película, me enfrenté a una racionalización profesional que me trataba de explicar que en realidad ese llanto había sido "una proyección de todo lo que en realidad me había tocado abandonar durante mi proceso de maduración e ingreso a la vida adulta". ¿Cómo le digo al periodista o al sicólogo que teorizó, que en realidad me encantó la historia y todo el romanticismo de los juguetes y la lealtad y que en realidad me importa muy poco racionalizar sobre mi adolescencia cuando veo una película. Me gusta el cine porque me gusta sentir, me gusta sentir porque me recuerda que soy un ser humano. Todas las explicaciones que pueda hacer la sicología al respecto me parecen innecesarias, al menos para la emoción que me generó ver esa película.
Lo mismo me pasa con mi hija Juana, y con cualquiera de mis otros hijos. Pero me refiero específicamente a Juana que es bebé, porque cuando me acerco y siento su olor, me surge una sensación de paz y bienestar, que yo llamo amor. Amor de papá. Amor infinito de esos que lo más parecido a una explicación es que nos infla el pecho y no nos deja respirar bien, porque no alcanzan las palabras para describirlo. Eso que yo llamo amor, según los científicos, se debe a unas secreciones cerebrales que se llaman endorfinas y que generan una sensación de pacificación y no sé qué vainas más... A eso me refiero. Es amor. Todo lo demás, para qué me interesa?
Me gusta sentir, me gusta emocionarme, me gusta saber que soy más que una máquina que funciona por estímulos químicos, físicos o sicológicos. Me gusta ser humano. Gracias Dolina, por enseñarme que puedo ser parte de una gigantesca organización, que tal vez fundara Manuel Mandeb, o algún filósofo griego; la de los hombres sensibles.
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