No te engañes. Esos días que parecen robados al invierno son una artimaña de la primavera. Cuando menos lo imaginas, te va a sorprender doblando una esquina. En complicidad con alguna ráfaga de viento de la tarde, te va a atacar sin aviso previo. Su modus operandi es más o menos así: Uno avanza distraído, pensando en el día que se fue, en la nota de la maestra de los chicos en el cuaderno de comunicaciones o en cualquier otra trivialidad, y de repente el pecho se infla de fragancias. Y es inevitable.
Pueden ser azahares, jazmines, u otra especie; lo mismo da. Siempre esos asesinos de la tristeza y el aburrimiento. Una vez que te atrapan, te llevan inevitablemente a la calle de la infancia, a un amigo que ya no está, una bicicleta vieja, la voz de tu mamá llamándote a comer. Primavera insolente, cómo se te ocurre irrumpir así en mi vida, inyectarme tu veneno perfumado que me enrostra sin respeto tantas cosas olvidadas en la montaña de la monotonía.
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