La foto no es mía, pero la encontré navegando por ahí, buscándola en realidad, porque representa lo que ayer tuve oportunidad de disfrutar, esperando en un semáforo.
Eran las 8, cuando todos salen del trabajo, y hay un mar de gente en todos lados. En un cruce, sentadito en una de esas barandas, estaba el hombre araña. No llevaba la capucha, así que se veía su identidad secreta. Identidad arrabalera seguramente. Esas señales no confunden.
Estaba de espaldas a mí, de hecho no le importaba en absoluto nada más, que la señorita promotora de un desodorante, que también estaba en el cruce, oronda y feliz. Despúes de todo, no es usual que un superhéroe la corteje. Me dio pena no tener una máquina de fotos conmigo. Mi amigo Aldo, sostiene que es mejor así. Que hay cosas tan maravillosas a simple vista, que cuando las inmortalizamos en pixeles o en un negativo, nunca son capaces de transmitir la picardía, o el olor a sopaipillas de un atardecer en La Florida, junto con las bocinas, el Transantiago, o tantas otras cosas que enmarcaban ese amor furtivo entre un paladín de la justicia y la bella heroína que combate la transpiración.
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