Hoy me acordé de un pequeño accidente del que fui testigo la semana pasada.
Ella venía pedaleando bastante rápido, por una ciclovía. La señora que iba a cruzar la calle no la vio, y se paró ahí, justo encima de la línea blanca que muestra que la vereda se transforma en ciclovía. Se dieron un buen golpe. Se levantaron mirándose las caras con esa bronca momentánea que generan esas situaciones tan poco esperadas y deseadas. No se vieron, no hay mucho más que agregar.
Pero yo me quedé pensando en las bicis. Me encantan, tengo que decirlo. Recorrer la ciudad en bicicleta, cualquiera sea la ciudad, es recorrerla distinto. Da para más aliento que a pata, da para más disfrute que en auto o mucho peor, en un city tour. Hay algo en la bicicleta como medio que inmediatamente se me antoja romántico, atemporal, holístico. Un medio de locomoción cuyo motor es el corazón... cuánto sentimiento!
Antes de irme a vivir en la montaña, me iba a trabajar en bici. Invierno o verano. No adhiero a esa falsa pulcritud que piensa en un poco de sudor como si fuera la peor de las condenas.
Cuando me subía a la bici, probablemente era una de las personas más felices de la ciudad. Era una sensación de disfrute inmediato, para llegar despejado a la oficina en la mañana, o para volver relajado a casa por las tardes, dejando en cada esquina algún pendiente o contratiempo.
Eso sí. Me reconozco bastante imprudente. Debe ser por eso que las circunstancias de mi vida me llevaron a dejar este medio. Dudo de la completud de mi humanidad si hubiera seguido con ese hábito. Es que es una tentación pasar finito, acelerar para ganarle a una luz amarilla, o esquivar peatones móviles como si fueran obstáculos de una pista. Claro, nunca tuve que lamentar ningún accidente, por eso evoco aquella época como una un tanto torpe y nada más.
Hoy, los ciclistas salieron a la calle. Y están furiosos. De a poco están tomando y exigiendo ese espacio que nunca tuvieron. Con banderines, con balizas, con cascos y cornetas. Los ciclistas se empoderaron y pedalean hacia el reconocimiento y la valoración de esas entidades. Es más, yo diría que ya llegaron. Sus argumentos son innegables. No contaminan, ocupan menos espacio que un automóvil, y encima, es un beneficio genial para quienes la practican, en esta eterna búsqueda del ejercicio perfecto.
En otras palabras, se han ganado el derecho de exigir su espacio. Simplemente me pregunto si en esa exigencia de espacio, no hay riesgos, como los de imponer. Después de todo, las libertades que reclaman las minorías, una vez que logran su espacio, muchas veces terminan siendo una suerte de totalitarismo. Terminan siendo una imposición. Y ese también es un atentado contra la libertad. En otras palabras, si quiero que me den el derecho de andar en bicicleta, y que hagan espacios para mi, tengo que entender que hay gente que también tiene el derecho de no andar en bicicleta. Y de caminar, y cruzar una ciclovía, por ejemplo. Parte de lograr libertades también es asumir responsabilidades, no?
Digo, así algo tan lindo como andar en bici, sigue siendo eso, andar en bici, y no un estandarte o un panfleto...
He leído atentamente esra entrada sobre las bicicletas y puedo decirte que en Holanda, las familias enteras la utilizan de continuo, no quiere decir con esro que no haya cohces circulando, pero si que hay una mayor conciencia quizás sobre contaminación, atascos y el derecho al disfrute de ir al aire libre, estoy contigo en cuanto a libertades sin imposiciónes
ResponderEliminarUn abrazo
Stella