miércoles, 31 de agosto de 2011

Pobre paco.


No voy a justificarlo, matar alguien nunca va a estar bien. Es condenable. Reprochable. Y claro, hay que pagar las consecuencias. Igual que mentir, igual que ocultar, igual que dañar la imagen de toda una institución, si es que puede dañarse aún más.
Pero hay algo detrás de todo este lío, que no puedo dejar de sentir. En el fondo, el carabinero que mató a Emanuel la semana pasada me da pena. Igual que tantos otros que salen a la calle cada vez, con miedo, con problemas en sus casas, con hijos que también van al colegio, a la Universidad, y a vivir las mismas vidas de nuestros hijos, y se disponen a escuchar nuestros insultos, a protegerse de nuestros piedrazos, a defender cosas que no se cuestionan si tienen ganas de defender. Reciben órdenes, igual que bombas con pintura, que fierrazos y molotovs. Y salen hoy, y van salir mañana.
No quiero pensar ni me interesa hablar del pasado, ni de la represión, ni de los típicos discursos con los que crecí los últimos 30 y tantos años en este lado del mundo. Estoy convencido de que el carabinero que mató a Emanuel, tampoco disparó por ese peso de la historia, como tantos aseguran cada vez que pueden, como si el pasado fuera un fantasma que no se puede dejar atrás.
Yo no soy carabinero. Ni Policía. Solo me puse un uniforme un año cuando hice el servicio militar en Argentina. Pero lo entiendo. No puedo dejar de sentir pena por ese señor, por su familia, por sus hijos. Pienso que en el fondo, todos también ayudamos un poco a matar a Emanuel: los políticos, los gobiernos, los uniformados, los estudiantes, los medios, las marchas, los encapuchados, y fundamentalmente, nuestra incapacidad de evolucionar y de pensar que un piedrazo, una barricada o una bomba de gas lacrimógeno, van a lograr mejores resultados que una conversación. 

martes, 23 de agosto de 2011