lunes, 26 de octubre de 2009

skater


Me encantó esta ¿escultura? andando en skate. Me sorprendió hace un par de semanas, cuando por fin pude visitar el Malva, en Buenos Aires.

Me hizo pensar en una suerte de monstruito adolescente... y que quede claro que eso es lo que quiero decir, y no un adolescente monstruoso.

¿Cuál es tu dragón?

Hace algunos días rodaba por las calles en mi Vespita, feliz de la vida con esa sensación de libertad que te da el viento en la cara y esas otras cosas que se deben experimentar cuando te subís a una moto. Soy un aprendiz en este ámbito, pero lo poco que he disfrutado me hizo preguntar cómo pude pasar tantos años sin subirme a una .

Y así venía cuando en un momento dado, el teórico silencio del atardecer y la luz maravillosa de ese sol que se va yendo, se esfumaron cuando apareció delante mío un rugiente mastodonte que escupía humo negro, ignorante total de mi humanidad. Era uno de esos monstruos anchos, que ocupan gran parte de la calle y que hay que se valiente para pasar en movimiento. No me podía escuchar, porque el ruido que hacía era ensordecedor. Iba rápido y furioso. Era un dragón. De la línea D. Pero era un dragón.

Fue verlo y sentirme igual que en las cavernas, saliendo a matar un mamut. O San Jorge, en ese reino lejano. O tantos otros personajes de la historia universal, que no son ni más ni menos que una representación de nosotros. Y fue fulminante la imagen. Ese era mi dragón del momento. Porque todos los días nos enfrentamos a un dragón. Más grande o con más púas. Unos con muchas cabezas, otros casi inofensivos. Pero todos los días hay un dragón al que nos enfrentamos.

A veces lo matamos. Otras, nos come. Otras lo dejamos ahí. Y es peor, porque al otro día pueden ser dos los dragones a enfrentar. Por eso es mejor siempre matar al dragón de cada día.

¿Cuál es tu dragón hoy?

domingo, 18 de octubre de 2009

Acerca de mi nacionalidad.

Había pensado sentarme a mirar cómo se calmaban las ondas en el agua, después de mi impulsiva intervención de la semana pasada en el mundo de la comunicación viral, las cartas abiertas y las inesperadísimas repercusiones.

Pensé que había dicho todo lo que tenía que decir. Al menos a la persona que motivó mi carta. Pero leo los cientos de comentarios de tanta gente que apoyó desde su lugar esta iniciativa, y me encuentro en el medio con otro argentino que es, precisamente, lo que cuestionaba en la figura del Señor Maradona. La de ese argentino que desafortunadamente, es tan ruidoso, tan poco mesurado, tan poco conciente de sus propios límites, que como el elefante en el bazar, atropella todo a su paso, y empaña la opinión que en el resto de los países se tiene de los argentinos.
Me refiero a usted, Ricardo, de quien no conozco el apellido. Lamentablemente para usted, y para todas sus hipótesis conspirativas, sí soy argentino. Probablemtente leyó en mi perfil que vivo en Chile, y con esa información asumió, sin más datos, que soy chileno.

Pero no señor. Soy argentino. Formo parte de una Argentina que probablemente usted desconozca. Una Argentina que no esta gritando maleducadamente, de forma despectiva a la gente que tiene a su lado para poder resolver mis conflictos de inferioridad no resueltos.

Quisiera ahorrarle unos minutos de su tiempo, anticipándome a responderle el cuestionamiento de qué derecho tengo a hablar de Argentina si vivo en Chile, o probablemente qué hago por mi país, cierto? Y quiero contarle, que lo que hago con mi país, es precisamente esto. Defenderlo. Trabajar todos los días en lo mío buscando la excelencia, para que la imagen de mi país, de la gente de mi país, no sea la de un desaforado incontinente que tiene que insultar a los demás para defender su posición. Y creamé que hay mucha gente, mucha más gente de la que usted sueña, que hace lo mismo en Argentina, en Chile, en cualquier lugar del mundo.

Ricardo, si de verdad cree que debe defender a Argentina, hágalo con altura, como lo hicieron nuestros abuelos, nuestros padres. Como lo hace tanta gente todos los días. Hágalo trabajando. Hágalo siendo mejor, superándose a si mismo. No hace falta hacer un piquete. No hace falta patotear, ni denigrar, ni insultar, ni presionar legislando, ni construir su verdad destruyendo la del otro. Eso es lo que nos ha llevado a ser lo somos hoy como país. ¿Todavía no se da cuenta?

Mire hacia los lados, porque hace tiempo que "Argentina, el mejor país del mundo", se quedó dormida mirándose el ombligo, y nos están sacando mucha ventaja esos que usted mira en menos. Y no porque sean mejores, sino porque se dejaron de estar llorando y se pararon y se pusieron a trabajar. Algo que en su país, es decir en mí país, muchos todavía no entienden.

Ricardo, lo invito a pensar cada día, qué puede hacer usted por dejar bien parada a Argentina. Eso es lo que estamos haciendo estos otros argentinos, estos tantos millones de argentinos que para usted no existen, pero que siguen sosteniendo a nuestro país, a pesar de la gente que actúa como usted.

jueves, 15 de octubre de 2009

Carta abierta al Señor Maradona.

Señor Maradona:
Tengo una inevitable necesidad de manifestar cuánto dolor, cuánta pena, cuánta decepción me da haberlo visto celebrar de esa forma, la paupérrima clasificación de Argentina al Mundial de Fútbol de Sudáfrica.

Necesito decírselo Maradona, porque el día de ayer, algo se rompió dentro mío. O terminó de romperse.

Yo crecí viéndolo y admirándolo. Tenía 4 años en el mundial 78. Lo vi sufrir en el 82. Celebré como todo argentino en las calles, cuando su destreza única, talento regalado por Dios, condujo a nuestro país a obtener su segundo título. Y fue gracias a usted.

Sufrí con usted en Italia, con cada patada, con cada codazo, con cada foul, y en cada definición por penales. Lloré amargamente en Estados Unidos, ese 1994. Y así he seguido su trayectoria. No soy futbolista. No juego bien al fútbol ni en un picado de barrio. Pero sé admirar a un buen jugador. Y fundamentalmente, soy Argentino. Y me encanta ser Argentino. Amo a mi país. Y a mi gente.

Por eso me duele tanto verlo a usted celebrar una clasificación que todos sabemos, incluso usted que fue mediocre. Es más, deficiente. Pero no me duele eso. Me duele verlo a usted. Me duele ver a lo que ha llegado. Me duele verlo enajenado, desaforado y fuera de sí, insultando a quien se ponga por delante. Usted argumentará que es parte de su coherencia, que siempre fue igual. Pero a mi me duele. Me duele, porque esa incapacidad de mirar hacia adentro y ver si realmente hay algo que debe ser cambiado, es la misma incapacidad que tenemos como país, Maradona.

Usted, y me duele mucho decirlo, es Argentina. Es la personificación de la decadencia misma a la que hemos llegado. Ahogados en nuestra soberbia. Incapaces de darnos cuenta que tal vez estemos equivocados, y que un poco de humildad nos permita cambiar, y ocupar el lugar que sí merecemos, ese que sí somos capaces de alcanzar pero no con el resentimiento, sino con la gambeta, con destreza, con trabajo, con esfuerzo. Igual que usted cuando era un pibe.

Sabe qué Maradona? Yo no soy una dama, ni soy periodista. Ni soy de los que lo critican siempre. Pero sus insultos ayer, me insultaron a mí. A mis hijos. A mi dignidad. A mi argentinidad. Me dio una profunda vergüenza que mis hijos lo vieran de esa forma. Me imagino que si lo mira dos veces, también le dará vergüenza que sus hijas lo vean insultar así. ¿Es realmente la forma de dirigir el destino futbolístico de un país? ¿Se cree capacitado para eso?

Probablemente usted jamás leerá esta carta. Probablemente si la lea, me denostará. Probablemente alguien, como suele ocurrir en mi país, me patoteará. Pero me siento en la obligación de decir Basta. Usted necesita insultar, yo necesito decir esto. Hasta ayer, yo hablaba del Diego. Le hablaba a usted de VOS. Lo sentía mío. Como todos los argentinos. Pero ayer me di cuenta, como tantas veces me ha pasado con Argentina, que ya no es mío. Por eso lo trato de usted, porque usted no me pertenece más.

En tanto no sea capaz de asumir sus faltas, sus culpas, y la profunda herida que ha causado en mucha más gente de la que usted imagina (no sólo damas y periodistas), usted seguirá siendo usted. Es muy probable que no le importe. Que piense que esto se olvidará con un campeonato mundial, o con cualquier despilfarro pirotécnico que equivale a los espejitos de colores con los que hace más de 500 años nos vienen engañando todos los que pretenden dirigir una parte de este país. Pero no señor Maradona. Esta vez no. Le pido a Dios por usted. Para que pueda abrir los ojos. Pedir perdón, a veces nos hace más grandes que hacer un gol con la mano.

Ojalá que lo piense.

Gabriel Jefferies.
Argentino
DNI 24.234.398

martes, 6 de octubre de 2009

Maratón contra el tiempo.

La escena transcurre en un pueblo-ciudad del interior de Argentina. El país es un detalle, porque podría ser cualquiera de los países que han crecido al alero del campo. Y el pueblo, uno de esos pueblos con la plaza al centro, y la Municipalidad, y el Banco y la Iglesia. Con radio y todo.
Este fin de semana, están celebrado 120 gloriosos años. Y lo hacen con bombos y platillos. Y no sé realmente si será por seguir la tendencia running, pero en el marco de los festejos, tal vez el broche de oro de tan magno acontecimiento, se va a correr la maratón. Una carrera por las calles de la ciudad que completará unos cuatro kilómetros.

Todos van. Muchos a correr. Otros a ver. No falta casi nadie. Llegó incluso la radio, que entre pausa y pausa musical, transmite su propia publicidad: "Proparaaaaaa, Galuzzo Publicidad"

El intendente puso altoparlantes, donde suena al compás del 2x4 una voz tanguera que canta la marcha del deporte, esa que decía "En un marco de azul celestialllll, y al rayo triunfal va la juventuuuuud". Y cuando escucho esa canción, me vuelo mal a mi infancia y las Exhibiciones de Educación Física.

La largada es en la Municipalidad. Ese gran edificio blanco, que tiene un reloj cerca de la entrada, que se quedó parado a las 10.40 de algún día muy lejano. Y en ese momento, cuando veo esa hora, todo cobra sentido.

Hay lugares, hay pueblos, hay gentes que sin saberlo, decidieron correr contra el tiempo. Pero una maratón perpetua. Una que se gana perdiendo. No les puedo contar las ganas que me dieron de inscribirme.