jueves, 3 de diciembre de 2009

Miguel!



Miguel... no sé por qué me puse a pensar en él, dice Andrés Calamaro. Y yo escuché justo hace unos días esa canción que tanto me gusta, seleccionada por mi amigo el Puli y su dolor por el abuelo que se  va. Fue escuchar esa canción y la melancolía se me vino encima. Los recuerdos de una epoca tan maravillosa como la del colegio, el Piriápolis, el coro, el fulbito, los amigos a muerte y jugar a lo prohibido y no te vayas a caer o que no te atrapen.
Jugábamos a ser grandes con un cigarrillo en la mano y cara de circunstancia a la salida del colegio, pero no sé por qué creo que siempre contenidos, o al menos con esa sensación de que nada era tan peligroso que pudiera hacernos mal. Hasta que sí. Hasta que sí nos hacía mal. Y varios hoy ya no están. Y nos fueron mostrando que no todo era tan inofensivo. Que la velocidad y las drogas y el sexo y el vino y el vértigo y todo eso que parecía tan divertido, sí te podía matar. Y de verdad. Y al final todo lo que significaba el Rock & Roll de verdad, es decir no el MTV, totalmente brandeado y editado para todo público, sino el de la subterránea realidad, sin anestesia, sí te podía llevar a ese lugar que parecía inexistente.
Y así pasé por tantos recuerdos, como suelo hacer cuando una canción ejerce el efecto máquina del tiempo. Pero esta vez, me acordé de los que se fueron. Los que ya no están. Los que marcaron un mojón en nuestras vidas para avisarnos que en esa curva, era mejor bajar un cambio, y algunas veces seguir la huella. Después de todo, podés desviarte un poco, pero sabés que cuando vas por un camino de montaña, al borde de la curva, es muy posible que haya un precipicio.
Para todos los que ya no están, ¡Gracias!

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