jueves, 5 de noviembre de 2009

A propósito de las estaciones.

Sé que no voy a decir nada nuevo, cuando pienso en los ciclos de la vida. No sé si con la misma regularidad que sucede con las estaciones, pero a lo largo de nuestras vidas inevitablemente vamos pasando por esos mismos procesos. De hecho, las circunstancias de nuestras vidas, tienen primaveras, veranos, otoños e inviernos.
Las relaciones, los proyectos, las sociedades, incluso las civilizaciones, han atravesado indefectiblemente por esos ciclos.
Pero lo que no entiendo, es por qué nos resistimos. Qué es lo que hace que intentemos detener el inexorable avance de un ciclo inevitable. Por qué, tantas veces nos aferramos a unas pocas hojas secas, y no somos capaces de dejarlas caer para que pueda fluir definitivamente el invierno, como si no supiéramos que es así.
La mayoría de los casos, lo hacemos de forma inconciente. Creemos que es una premisa detener una rueda. Mantenerla fija. Tal vez sea esa la razón por la cual luego de ese esfuerzo inútil, el ciclo recupere en poco tiempo, todo el espacio detenido. ¿Se gestarán así las revoluciones?
No era mi intención acercarme a esas reflexiones; simplemente me detuve a mirar un árbol que en mitad del invierno, y ya con los brotes de la primavera, aún sostenía rebelde unas pocas hojas que quedaron como un recuerdo del verano, ignorante de que el otoño había partido. Resistiéndose. Hojas marchitas ya. Recuerdos arrugados de lo que ya se fue. Inevitablemente pensé en mis hojas. En mis brotes. Y no supe responder.
Hay una vieja Oración, un antiguo proverbio árabe, que pide al Señor fuerza para cambiar lo que se puede cambiar, paciencia para aceptar lo que no se puede cambiar, y sabiduría para entender la diferencia. ¿Estará ahí la clave?

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