sábado, 21 de enero de 2012

El gran hermano somos todos.


El mundo de los realities nos hizo olvidar el significado inicial del Gran Hermano, o vivirlo en carne propia. 

Lo cierto es que cuando Orwell hablaba de ese personaje que todo lo veía y que ponía en evidencia y a la vista de todos las falencias y miserias de los que no cumplían con los códigos de la sociedad del momento, todos nos llenamos de condena, de repulsión antitotalitaria y de un orgulloso sentimiento de amor a la libertad de la sociedad y el tiempo en que nacimos. 

Sin embargo, tengo la sensación que de a poco todos nos hemos ido transformando en El Gran Hermano. Desde hace un tiempo,  todos aportamos orgullosos también con nuestras cámaras, nuestras opiniones en estado puro en las redes sociales, y en cuanto lugar nos de el espacio de opinar, a las reprochables miserias de tanta gente: la señora a quien le editan una entrevista y creemos que es clasista, o la otra que estaciona ocupando dos lugares reservados para discapacitados. Indignación popular, condena social, muerte a su imagen. Digo, no quiero defender acciones que son condenables, pero sí quiero poner en evidencia que, igual que hace dos mil años, seguimos poniendo a la prostituta contra el paredón para apedrearla sin ningún tipo de conmiseración y lo que es peor, sin siquiera estar seguros de cómo son las cosas desde las dos veredas. 

Tengo miedo de la sociedad en la que nos estamos transformando. Tengo miedo pero no porque estacione en lugares para discapacitados, o me interese si las nanas se ponen uniforme o no. Mi miedo es porque sé que me voy a equivocar en algo. En otra cosa. Porque tarde o temprano me voy a tropezar seguramente, como lo harás tu, o como lo hará cualquiera de nosotros que para eso somos humanos. Y ahí estará la cámara de alguien, el blog, el twitter, el foto radar, mirándome desde el panóptico, subiendo mi miseria a la web, para alegría de todo el circo que también me condenará sin conmiseración, transformando mi muerte social en el trending topic del momento. 

Todos somos el gran hermano. Y nos alegramos de serlo. Y asumimos ese rol sin el menor cuestionamiento. Sin le menor duda. Seguros de que nuestros pensamientos son los que valen, los que estamos del lado de "los buenos". Porque pagamos los impuestos, acariciamos a nuestros niños, estacionamos en los lugares correctos, tiramos la basura en el papelero, sonreímos a los desconocidos en el ascensor, elegimos candidatos democráticos y todas esas cosas que nos inflan el pecho de esa sensación de que somos los que hacemos las cosas bien. Y si nos equivocamos, son detalles, cosas mínimas, que no muestran quiénes somos realmente. Por eso tenemos el derecho de seguir alimentando la voracidad del circo romano, de la masa que crucifica, los ojos y conciencia del Gran Hermano.





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