miércoles, 4 de enero de 2012

La alarma del auto

Todos los días a la misma hora, cuando después del almuerzo me ataca esa modorra que evidencia mi pasado mendocino, es lo mismo.

El mismo auto, la misma alarma, sonando decenas de minutos. De lunes a viernes. El mismo ciclo de tiiiiiruuuuu-tiiiiiruuuuu y después un iuiuiuiuiuiuiuiuiu. Agudo. Molesto. Insorportable.

He pensado en ir varias veces y tomar diversas medidas. Las más amistosas sugieren dejar un letrero avisando al distraído propietario que revise su auto. Otras, cada vez más tenaces, me visualizan con un mazo con el que rompo los cristales uno a uno, riendo a borbotones, sordo a las sirenas de algún carabinero que obviamente pasará por ahí el momento en el que finalmente la alarma suene cuando tiene que sonar y ni las mejores excusas puedan librarme de unas horas en la comisaría, dando explicaciones inútiles, pero con la satisfacción de alcanzar por un momento, el paraíso del silencio.

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